2 minuto(s) de lectura

¿Que tan humanos somos?, ¿que tanto hemos cambiado? Estas preguntas retumba en nuestros oidos porque en una cotidianidad llena de distracciones, un excesivo entretenimiento y una busqueda implacable de la perfección, parece que la humanidad ha caído víctima de sus propias herramientas. Estas, creadas en un principio para apoyar y facilitar una vida más simple y feliz, con la libertad de tener mayor acceso a la información y delegar tareas no deseadas, se han convertido en algo más. Hoy en día, todo está al alcance de un clic.

Lo que antes era la excepción se ha vuelto la norma. ¿No me crees? Solo sal a un lugar público, por ejemplo, una sala de espera en una cita médica. Observa por un momento: verás a las personas sentadas unas junto a otras, tan cerca que podrías saber qué desayunaron, pero tan distantes que nadie se habla. Es como si cada quien viviera en una realidad paralela, conectados a sus móviles. Y aquí está lo irónico: están usando una herramienta diseñada para comunicarse, pero rara vez la usan con ese propósito. En cambio, la emplean para ver videos, escuchar música o jugar, pero no para conectar realmente con otros.

No exagero al decir que hemos sido engañados y timados. ¿Cómo? Nos vendieron la felicidad en una botella milagrosa que supuestamente cura todos los males. Nos la dieron en pequeñas dosis hasta volvernos adictos. Las redes sociales nacieron de la necesidad básica de comunicarse. En un mundo donde muchas personas viven lejos de sus grupos cercanos, era algo positivo contar con una herramienta para mantener el contacto con los seres queridos. ¡Qué propósito tan noble! Pero, como ocurre con muchas cosas, nunca fue suficiente y terminó degenerando. Primero tomaron control de nuestro subconsciente, luego de nuestra alma y finalmente de nuestras acciones y comportamientos. Ahora somos prisioneros de la esclavitud moderna.

Es absurdo, porque nunca hemos vivido mejor. De hecho, vivimos mejor que los reyes de hace 200 años. Es cierto, no tienes un palacio, pero puedes alojarte donde quieras (Airbnb). No tienes servidumbre ni un chef personal, pero tienes aplicaciones como Rappi o iFood, con las que puedes disfrutar comida local o platos internacionales con solo un clic. Ni siquiera necesitas viajar para conocer el mundo: hay cientos de youtubers que lo muestran con narrativas entretenidas. Sin embargo, como bien decía una frase célebre: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

Te invito a reflexionar sobre tu última semana. ¿Cuántas veces viviste realmente? ¿Fuiste a algún restaurante? ¿Hablaste con alguien desconocido? Al menos, ¿sentiste el viento o el sol sobre tu piel? El remedio para esta desconexión es simple: apaga tu celular o si eso parece demasiado, empieza por desactivar las notificaciones de tus aplicaciones. No permitas que estas herramientas, diseñadas para facilitarte la vida, te dicten cómo vivir. Las supercomputadoras que manejan tus datos no se preocupan por tu bienestar ni les importa un carajo si te vuelves un pendejo y panzon; solo buscan mantenerte pegado a la pantalla, estudiándote, creando perfiles psicológicos y ofreciéndote más de lo que ya consumes, para robarte tu tiempo y tu vida.

Recuerda: por más avanzada que sea la inteligencia artificial, no vive. Tú sí.

Etiquetas:

Actualizado: